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En todo el mundo, pero especialmente en Occidente, llevamos años oyendo un rumor que cada vez se vuelve más rugido: el cambio climático es una crisis y debemos resolverla ya. Pero, a pesar de ello, los acuerdos sobre cómo afrontarlo suelen quedarse muy por debajo de lo que aconsejan los expertos. ¿Qué es lo que evita ponerse manos a la obra en un foro mundial como es la Conference of the Parties (COP)?
El sentir general es que la COP27 finalizó con pocos avances respecto de las expectativas que nos habíamos creado, al menos en lo que respecta a la reducción de gases de efecto invernadero. Hubo momentos en que parecía que un acuerdo final nunca sucedería, pero finalmente se logró un avance en Sharm el Sheij.
La decisión fue firmada por casi 200 países, desde los principales contaminadores y las economías emergentes hasta los pequeños estados insulares, el domingo por la mañana temprano después de una maratoniana sesión nocturna.
¿Por qué no se ha cerrado un acuerdo global para disminuir la emisión de gases de efecto invernadero?
Vaya por delante que este encuentro de la COP27 ha contado con algunos acuerdos de importancia para adaptarnos a la crisis climática en la que estamos sumidos. Precisamente, el más destacado supone la creación de un fondo mundial para ayudar a los países y comunidades más vulnerables ante los efectos adversos del cambio climático como tormentas de alta potencia o la subida del nivel del mar, que ya se están manifestando de forma evidente.
Esto es, sin duda, una buena noticia y ayudará a millones de personas ante las catástrofes climáticas venideras. Pero, ¿nos ayuda realmente a garantizar el tan subrayado —y aún vigente— límite de los 1,5 ºC de la conferencia de Glasgow?
“El futuro de la humanidad no se defenderá con vendas en forma de compensaciones económicas”.
Hace años que la estrategia principal de lucha contra la crisis climática está clara, tanto para instituciones como para empresas y particulares: limitar, reducir y, eventualmente, abandonar la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Esto se traduce principalmente en dejar de contaminar el aire con gases como el CO2 o el metano, que hacen que el calor del sol quede atrapado en la atmósfera más de lo que debiera, calentándola y desequilibrando el clima a nivel global. Entonces, ¿por qué en esta COP27 no se ha cerrado un acuerdo global —como muchos esperábamos— para disminuir progresiva y equitativamente la emisión de gases de efecto invernadero?
Y no es que no se haya hablado al respecto de la urgencia de esta disminución. En los comunicados, artículos y notas de prensa de la cumbre de Sharm el Sheij se menciona constantemente la urgencia de detener las emisiones y descarbonizar sectores como la industria pesada o el sector agroalimentario.
“La COP27 ha contado con algunos acuerdos de importancia para adaptarnos a la crisis climática”.
Incluso en el comunicado final sobre los acuerdos publicado por la ONU, su secretario ejecutivo de Cambio Climático, Simon Stiell, remarcaba esta urgencia recalcando que “el mundo está en una década crítica para la acción climática”.
El mismo Stiell firmaba en este comunicado del 20 de noviembre que “las emisiones de gases de efecto invernadero deben disminuir un 45% para 2030 para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC”. Y aunque instituciones gubernamentales de gran influencia como la Unión Europea o el actual ejecutivo de los Estados Unidos han emprendido ambiciosos planes de descarbonización que podrían servir de guía a otras administraciones, y aunque durante la cumbre se aprobaron planes de financiación para impulsar la descarbonización en países en vías de desarrollo, lo cierto es que el acuerdo para rematar el CO2 no caló en Sharm el Sheij.
De hecho, los debates, conferencias, publicaciones y acuerdos hablan muy poco de las acciones específicas y la evolución de la reducción de gases de efecto invernadero alrededor del globo. Destaca, entre las pocas informaciones al respecto, el aumento de los miembros del First Movers Coalition, una coalición de empresas líderes de la industria global comprometida a invertir 12.000 millones de dólares para comercializar tecnología “cero carbono” con el fin de disminuir las emisiones de la industria pesada y el transporte a larga distancia.
También se han puesto sobre la mesa estudios de la Transport Decarbonisation Alliance sobre algunos casos de éxito en la electrificación del transporte en regiones como California, Rotterdam, la Columbia Británica o Portugal. A pesar de ello, poco o nada se ha conseguido respecto a la promoción de la electromovilidad que es, a día de hoy, la principal alternativa a los vehículos de combustión y, por tanto, aquellos que más contribuyen al cambio climático.
En una época marcada por la volatilidad de los mercados energéticos, la transición hacia una movilidad más sostenible y la incertidumbre sobre las consecuencias de una crisis climática cada vez más palpable, la COP27 ha significado más una apuesta por poner la venda antes que la herida que un llamamiento a la acción ante un cambio de rumbo aun claramente asequible.
El futuro de la humanidad no se defenderá con vendas en forma de compensaciones económicas, sino con apuestas decididas por abandonar los combustibles fósiles y a favor la energía limpia y la electromovilidad.
Desviarse de ese camino, postergarlo o ignorarlo difícilmente ayudará en algo a resolver el problema. Y los líderes de Sharm el Sheij deberían no haberlo olvidado. Solo queda esperar que, en los años que han de venir, nuevos oídos sepan escuchar con más claridad el rugido que todo el mundo oye.
Mientras tanto, en Circontrol seguiremos apostando por diseñar y fabricar los mejores cargadores inteligentes de vehículos eléctricos, para sumar nuestro granito de arena a favor del cambio. Como dice la canción “Imagine”, del legendario John Lennon, en una de sus estrofas: “puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único, espero que algún día te unas a nosotros, y el mundo será uno”.
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